Agramonte a siglo y medio

AuthorDr. Delio Carreras Cuevas
PositionProfesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Historiador Oficial de la Universidad de La Habana.
Pages47-54

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La celebración del Sesquicentenario del egregio patricio, aquel ilustre hijo del Camagüey, cuyo nacimiento acaecido el 23 de diciembre de 1841 honra de manera muy particular a los juristas cubanos, enorgullece, nos invita a todos a la recordación y nos llama a la reflexión. El mismo Ignacio Agramonte y Loynaz dice: "La Revolución de Cuba no significa sólo la independencia material de España: significa un cambio completo de instituciones. Desacreditadas las antiguas por la moral, la ciencia y la observación, las nuevas serán el reflejo de los elevados principios que constituyen hoy el hermoso credo de la democracia". Hay hombres que coronan una época, una generación o todo un pueblo. Ante hombres así cabe siempre preguntarse ¿Por qué? ¿Por qué los tenemos que recordar? ¿Por qué su pensamiento sigue vigente hoy, a pesar de los ciento cincuenta años transcurridos de su nacimiento como en el caso del Bayardo, hijo de las llanuras camagüeyanas? ¿Qué hace verdaderamente grande a la trilogía de José Martí, Antonio Maceo e Ignacio Agramonte? ¿Qué ha hecho grande, y el abogado por excelencia, inolvidable y entrañable a nuestro Ignacio Agramonte, cuyo nombre con caracteres indelebles refulge en el frontispicio de la ya histórica Facultad de Derecho del Alma Mater Habanera?

Y es que Agramonte fue, para decirlo con palabras martianas "... un ángel para defender y un niño para acariciar. De cuerpo era delgado, y más fino que recio, aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud". Sin embargo hay un elemento catalizador, incluso desde su más tierna infancia que se proyecta tempranamente con sus hermanos y que luego lo convierten en el MAYOR por excelencia de Page 48 nuestras gestas libertarias que dan mayor realce y prestigio a su figura, y este elemento fue su capacidad de unir, aglutinar, convertir a los cubanos de todas las tendencias.

Estamos hablando de un hombre que no obligaba, sino que convocaba y despertaba, desde dentro, porque "...era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella". El nos despertó a la conciencia de nuestra dignidad, como personas que aspiran a la libertad y como pueblo que la necesita. Por eso recordarlo a. los cientos cincuenta años de su nacimiento, acaecido en la Calle Soledad, frente al Convento de las Mercedes y haciendo esquina con la Calle Candelaria, en el caserón de dos plantas con balcones menguados, rejas de filigranas mudéjares y amplios dormitorios en el piso alto, tamizados por la luz policroma de las celosías, es más que una obligación, un deber insoslayable.

En momentos de duras pruebas, al igual que hiciera José Martí cuando se marchó a Caracas y llegó frente a la estatua de Bolívar y en callado diálogo pedía inspiración y consejo ante la gran gesta que se avecinaba, así bien pudiera parecemos hoy que desde su hogar materno, convertido en Museo, y desde su estatua que alienta y domina todo el Camagüey pudiera establecerse una conmemoración insular generalizante denominando este año de su nacimiento como el año de las "Ideas Agramontinas" o "El Año Ignaciano por excelencia" y pudiéramos avizorar en las tumultuosas y broncíneas crines de su caballo de bronce, aún encrespadas por la mano precisa del escultor, las rebeldías que manifestó precozmente en su famoso discurso en la Universidad en el cual afirma "...Tres leyes del espíritu humano encontramos en la conciencia: la de pensar, la de hablar y a la de obrar. A estas leyes para observarlas, corresponden otros tantos derechos, imprescriptibles e indispensables para el desarrollo completo del hombre y de la sociedad". Este famoso discurso conocido como el de Agramonte sobre "la Administración" merece algunas consideraciones, puesto que en más de una ocasión ha sido confundido con el que pronunció en sus ejercicios de grado.

Es innecesario señalar el indiscutible talento jurídico de Ignacio Agramonte, así como sus aptitudes militares, con aquel brazo incansable, todavía blandiendo la espada redentora de justicia y bondad a la vez, que se alza imponente desde el Camagüey cual rayo de luz esparcido por toda Cuba.

Bien pudiera decirse que apenas entrado el Siglo XIX ya los criollos hallaban un estímulo en la perspectiva de ver transformarse la oprimida isla en una República libre e independiente, y que mucho antes de 1841, fecha en que nace Ignacio su padre, uno de los más entusiastas progresistas de la villa de la Santa María Page 49 del Puerto Príncipe, el Licenciado Ignacio Agramonte y Sánchez- Pereira, de noble ascendencia navarra había blasonado su herencia navarra, que en los primeros siglos de la Edad Media ejerció soberanía en varios lugares de Aquitania... ¿Dónde encontrar la savia generosa, gallarda e intrépida que alimentó con una dignidad suprema el nacimiento y la vida de Ignacio Agramonte? Por el rastro genealógico se conoce que el primer Señor de "Agramont", en los primeros años del Siglo XI, fue Bergan García, hijo de García Arnaldo, Vizconde de Dax. Esta rama llevaba como armas en campo de oro un león rampante, de azur, aunque algunos ponían el león de gules. Otro iter sanguinis es decir, vía de sangre, conduce a orígenes eminentemente franceses que pasan a España en la persona de Jaime Agramunt, quien ayudó a Don Jaime I en la conquista de la valerosa tierra valenciana, origen de la estirpe de José Martí. Sin embargo una rama de los Agramonte se estableció en Sangüesa, extendiéndose después el apellido por Aragón, Cataluña, la propia Valencia y las Islas Baleares. Ya estos ostentaban en campo de gules, un monte de oro, sumado de una flor de lis, también de oro mientras que los Sangüesa traen en campo de oro cuatro palos de sinople.

Por la parte materna, doña Filomena Loynaz Caballero, encontraba raíces familiares en Vizcaya, pero su tronco se había hecho criollo y muy camagüeyano desde los primeros tiempos de la conquista y colonización... Los primeros Loynaz habían partido de Beasaín, en el distrito judicial de Tolosa (Guipúzcoa) y Nevaban como armas en campo de azur, un águila de oro coronada de plata; bordura componada de plata y gules...

Cuéntase que el día en que nació Ignacio Agramonte y Loynaz, temblaron las palmas, se estremecieron las ceibas y brilló el cielo convocado por un grito de libertad. Y desde la manigua hasta la ciudad a partir de entonces su grito de VERGÜENZA, ha retumbado potente sobre la conciencia de la Humanidad, fundiéndose en los fragores del trueno y en los bramidos del huracán con la noble expresión martiana de "CON TODOS Y PARA EL BIEN DE TODOS".

Por todo ello pudiéramos preguntar a Agramonte ¿Te sientes solo en el pedestal de tu gloria? ¿Acaso añoras los Centauros del Rescate de Sanguily, los heroísmos de los jóvenes estudiantes de tu querida Universidad fusilados en 1871...? Probablemente has de sentirte hoy más feliz y reivindicado que nunca antes, cuando la Plaza Central de la actual Universidad y el edificio de la Facultad de Derecho donde fuiste alumno ejemplar llevan tu nombre insigne. ..

Hoy sobre todo el país más que de las recónditas planicies camagüeyanas y a través de la Universidad, la Unión Nacional de Page 50 Juristas de Cuba y todos los abogados, se alza majestuosa, como todo un símbolo, imponente como la inmortalidad misma, la figura egregia, con carne de bronce y alma de poesía, de Ignacio Agramonte y Loynaz. No se trata ya de conmemorar un aniversario más de su nacimiento, sino de celebrar en momentos muy coyunturales la gloria misma forjada en un metal para los siglos, un jurista de talla mayor, hecho cuerpo y espíritu para perpetuo ejemplo de la posteridad. El es como la conciencia de todos los abogados honestos y sencillos, levantado sobre un pedestal y expuesto para siempre a la veneración reverente de una ciudadanía responsable.

Para Agramonte, desde el punto de vista jurídico según lo expresara al hablar de las tres "leyes del espíritu humano" se trata de tres escalones.

En las lenguas románicas se conserva una distinción entre "derecho" (ius, droit, diritto, derecho) que puede tener un sentido objetivo que se aplica al conjunto de normas jurídicas y otro subjetivo referente a la facultad de obrar o al interés protegido por la ley. La "ley" (Lex, loi, legge, ley) es decir, norma. Para Agramonte "derecho" significa en tanto que ius lo justo (ipsam rem iustam) las propias cosas justas... de donde deriva la palabra, la oratoria, el arte que sirve para conocer lo que es verdaderamente justo y, en fin, "lo que deriva de aquel a cuyo oficio corresponde la justicia", refiriéndose crípticamente a nosotros los juristas o abogados.

Los escolásticos medievales que aún enseñaban en la Universidad en épocas de Agramonte joven, empleaban sin embargo las palabras ius y lex indistintamente aunque, el contenido de la expresión IUS como bien sabían era más amplio. Por eso dice Agramonte: "...de la enunciación de los diversos exámenes, de las contrarias opiniones, de las diferentes observaciones, de la discusión en fin, surge la verdad como la luz del sol, con el eslabón, con el pedernal, la ígnea chispa".

La jerarquía y la armonía o unidad que subyace en todo el pensamiento jurídico agramontino es aplicable también a su teoría de la ley y la justicia... Esas tres leyes de que hablara se correspondían en su época a:

- la ley eterna (lex aeterna)

- la ley natural (lex naturalis)

- la ley divina (lex divina) y

- la ley humana (lex humana)

Este primer escalón es "la misma razón que gobierna todas las. cosas, promulgada desde siempre".

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De lo anterior resulta claro que la ley natural no fuese otra cosa - según le habían enseñado- sino la participación de la ley eterna en la criatura racional.

Ulpiano había dicho que "derecho natural es aquel que la naturaleza enseña a todos los seres y no es por tanto propio sólo de la especie humana sino pertenece a todos los animales" (ius natural EST quid natura mohína animalita docuit, nam ius istud non human i generis proprium est, sed omniun animalium) - DIGESTO, 1.1.193, y ponía como ejemplo la unión de los dos sexos, la procreación y la crianza de la descendencia.

De los filósofos griegos han tomado la fórmula los jurisconsultos romanos a los cuales fue tan aficionado Agramonte pues no deja de mencionar al Emperador Teodosio en su ley promulgada en el año 393 en la que dice: "Si alguno se dejare ir hasta difamar nuestro nombre, nuestro gobierno y nuestra conducta, no queremos que esté sujeto a la pena ordinaria, marcada por las leyes, ni que nuestros oficiales le hagan sufrir una pena rigurosa, porque si es por ligereza, es necesario despreciarlo; si es por ciega locura, es digno de compasión; si es por malicia, es necesario perdonarle" (Ignacio Agramonte, Documentos, página 60).

Muchas acciones son materialmente comunes al hombre y a los animales: como éstos, tiene el hombre el instinto natural de conservarse, reproducirse, etc. Cierto que, aún con respecto a ese instinto, es dirigido el hombre por la razón, mientras que el animal no hace más que seguir sus instintos; pero, materialmente, esas acciones son comunes a ambos, y, como el animal, siente el hombre, sin otra reflexión, el impulso a realizar tales acciones. Distingue por consiguiente Agramonte dos partes en el Derecho Natural: la una descansa inmediatamente en las inclinaciones e impulsos, y es, materialmente, común a los hombres Y a los animales; la otra, por el contrario, es necesariamente el resultado de determinaciones de la razón, presupone, por consiguiente, el uso de ésta, y es, por lo tanto, propiedad del hombre, a diferencia de los animales. Tal fue por ejemplo el concepto antiguo sobre el Derecho de Obligaciones, el de Propiedad y otros. A la primera parte llamaban los jurisconsultos romanos Derecho Natural; a la segunda IUS GENTIUM. El acierto de esta clasificación puede, con razón, ponerse en duda; pero ello es, en todo caso motivo de una larga disquisición que nos apartaría de la esencia del pensamiento jurídico agramontino.

De este propio pensamiento puede partirse para explicar la génesis de la "ley divina" concluyendo que la misma es como en el Derecho musulmán "revelada" y siéndolo no se da a todos los hombres sino a aquellos a los que se revela y que constituye una Page 52 herramienta para que el hombre proceda rectamente "en su interior". De ella se deducen los principios de la moral y de ella se dedujeron los principios de la ley mosaica, llamada también "ley antigua" en tiempos de los estudios universitarios de Agramonte.

El DECÁLOGO constituía materia de estudio obligatorio en aquellos tiempos como núcleo de la revelación sobre la conducta moral del hombre y del estudiante de Derecho en particular. Algunos de sus más conocidos mandamientos son, evidentemente, ley natural secundaria (NO MATARAS) y están inscritos así en la razón del hombre. Otros requieren reflexión o revelación porque tocan con los actos internos del hombre (NO CODICIAR LOS BIENES AJENOS). Pero el DECÁLOGO no fue toda la moral, porque como bien señala Agramonte fue completado primero por Moisés y luego por la propia revelación, no solamente porque de él pueden deducirse otros principios morales, sino porque fue completado primero por Moisés y luego por la propia revelación neo-testamentaria.

Y finalmente con relación a la "ley humana", Agramonte expone que "La ley es un cierto dictamen de la razón práctica". Tal proceso parece que se encuentra tanto en la razón práctica como en la especulativa, pues una y otra proceden de ciertos principios a ciertas conclusiones. De aquí que en la razón especulativa, a partir de principios indemostrables conocidos naturalmente, se derivan las conclusiones de las diversas ciencias, cuyo conocimiento no es en nosotros natural sino adquirido por el esfuerzo de la razón; de la misma manera a partir de los preceptos de la ley natural, que son los principios comunes se argumenta hoy día que están justificadas las guerras, el genocidio contra los pueblos y hasta el derecho de exterminio de los débiles por los poderosos, algo que realmente nunca pudo prever en su generoso pensamiento el ilustre Bayardo.

En este Sesquicentenario del nacimiento de Ignacio Agramonte, debemos ante todo evocar fundamentalmente su bravura, su honestidad y sus condiciones de jurista inigualable. La dulce evocación fundamental del viejo y querido Camagüey a todos más o menos nos conmueve. Cuando menos, a los que tenemos una larga genealogía profundamente afincada en este viejo y austero solar de excelsas y legendarias tradiciones. Camagüey y Agramonte son la misma cosa: tienen un alma fragante y vivaz, oculta en el regazo de sus piedras y sus cielos, que se reclinan con cierto recato sobre las extensas llanuras de la entraña más fuerte y poderosa de la Isla de Cuba, transformada generosamente por la obra benéfica de la Revolución. Pero no busquemos este "Año Ignaciano" en la arquitectura soberbia de la casa donde nació que en Page 53 cierta forma humilla y desafía con opulenta arrogancia a las viejas techumbres de los arrugados caserones coloniales; busquemos y la encontraremos de seguro, en las viejas piedras de sus calles más antiguas, donde jugara de niño Agramonte allá por 1847 ó 1849, donde la tradición y la leyenda se enlazan estrechamente para engarzarse, como una joya preciosa a la diadema histórica de la ciudad de los tinajones. A Ignacio Agramonte y Loynaz, hay que buscarlo en el corazón del pueblo cubano contemporáneo, en la entraña viva de sus forjadores. Porque Camagüey, que tiene sus piedras que no mueren nunca, sus tradiciones, sus leyendas, sus épicas grandezas y gloriosos heroísmos, encierra en sus recintos un alma fuerte, pura e inmortal expresada brillantemente en el sublime mensaje de sus pensadores más insignes, o cantada melodiosamente en la lira trémula de sus poetas más excelsos, principalmente nuestro Poeta Nacional Nicolás Guillen. Y una población, así, una vieja ciudad, hoy rediviva gracias a la Revolución, sustentada y erguida sobre basamentos jurídicos tan firmes y perpetuos, puede rebasar sin desmedro los umbrales impresionantes del Medioevo, conservando intacto su perfil anímico, el relieve inconfundible y puro de su fisonomía moral. Dos mil años pasarán, estemos seguros y Camagüey, el Camagüey donde naciera un 23 de diciembre de 1841, seguirá incólume erigido sobre la altura de sus tradiciones, su Real Audiencia, sus doctos abogados, sus respetados jueces, como una reserva inapreciable del espíritu limpio y puro de la nacionalidad cubana, del pensamiento juvenil agramontino, fundamentos y atributos de mayor excelencia, mérito y calidad.

No olvidemos el final de la disertación leída por Ignacio Agramonte y Loynaz en la sesión sabatina del 22 de febrero de 1862 en nuestra querida Universidad de La Habana: "...pero tarde o temprano, cuando los hombres conociendo sus derechos violados, se propongan reivindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominación".

La vigencia contemporánea de las ideas libertarias del Mayor Ignacio Agramonte y Loynaz se traducen en los logros alcanzados por nuestra Revolución en su decursar histórico.

No hay que olvidar que al celebrarse el Centenario de la caída en combate de Agramonte en los campos de Jimaguayú y al recordar su combativa trayectoria, el Comandante en Jefe, Fidel Castro enalteció en el campo militar, jurídico y social la vida y obra de aquél al cual llamara: "la más alta expresión de la abogacía cubana" y ratificó en un paralelismo ejemplar que nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias debían tomar como ejemplo la invencible caballería mambisa que forjara en muy breve tiempo Agramonte.

Nuevamente, el Dr. Fidel Castro, en el acto de clausura de la VIII Conferencia de la Asociación Americana de Juristas, celebrada Page 54 en nuestro país en septiembre de 1987, hizo referencia a los estudios de la antigua Universidad en que cursara la carrera Agramonte y así señaló: "Dicen que Nerón quemó Roma y los libros de historia, que muchas veces han estado equivocados, unos dicen que era bueno y otros que era malo. Siempre nos hemos hechos la idea de que Nerón era muy malo, porque dicen que se puso a tocar un arpa mientras Roma ardía, la había mandado a quemar; que si Calígula hacía tales cosas y que si uno hizo cónsul a su caballo".1

Estas reflexiones hechas en conexión con el poder que tiene un Presidente en Estados Unidos, era ese, desatar el holocausto nuclear, y se preguntaba Fidel y nos preguntamos al conocer cómo quemaron los españoles el cadáver de Agramonte, ¿qué derecho tiene un Presidente de Estados Unidos a matarnos mañana a todos nosotros? ¿Qué emperador Romano tenía ese poder? ¿Dónde está la democracia implícita en ese sistema burgués, el del Derecho imperialista y neocolonial contra el que se alzó Agramonte?

Estas interrogaciones y otras más pudiéramos hacérnoslas aún a 150 años del nacimiento del genial conductor de pueblos que lo fue Agramonte. Y en estos momentos de ardua lucha ideológica se expresan los mismos sentimientos agramontistas con la lucha denodada de nuestro pueblo contra el imperialismo, el neocolonialismo y las falacias del Derecho burgués.

Agramonte hoy vive en la Revolución Cubana y pervivirá mientras el pueblo cubano esté dispuesto a defender su Revolución en el grito que es consigna y aliento de los juristas cubanos: La vergüenza es el honor y el arma infalible de los pueblos pequeños contra las injusticias y la opresión.

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[] Cuaderno No. 5 de la Asociación Americana de Juristas. Memorias de la VIII Conferencia de la AAJ. La Habana, septiembre de 1987.

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