Cuba y el independentismo Puertorriqueño

AuthorDr. Jesús Montané Oropesa
PositionMiembro del Comité Central del PCC
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Intervención de clausura en el seminario por el centenario de Pedro Albizu Campos

Arribamos este año en América al medio milenio del denominado "Encuentro con dos culturas", que si en algún caso muestra con toda transparencia su verdadero significado es en el caso de Puerto Rico. Para Puerto Rico se cumple también el medio milenio, un medio milenio de opresión colonial; 406 años bajo el dominio hispánico y 94 bajo la dominación yanqui. Ningún pueblo del mundo jamás, ha visto su libertad sometida a tan dilatado encadenamiento.

Arribamos este año también al cuarenta aniversario de haberse instaurado la farsa del Estado Libre Asociado (ELA) que cuatro décadas después ha desnudado plenamente su naturaleza real: Puerto Rico no es un Estado, tampoco es libre y no está asociado, sigue enyugado al carro imperial, en cuarenta años, el ELA solamente ha significado mayor dependencia, mayor pobreza real y mayor recrudecimiento del grado de explotación del pueblo puertorriqueño.

Si en los años cincuenta mucho más del 60 % de las riquezas que se producían en Puerto Rico iban a manos de los trabajadores por vía salarial, ya a partir de 1985 las proporciones se habían invertido pendularmente; hoy los trabajadores sólo obtienen el 30 % mientras las ganancias de los empresarios -en su mayoría compañías norteamericanas- ascienden al 70 %. Este es uno de los tristes resultados del Estado Libre Asociado cuarenta años después de establecido.

Las cifras del dinero federal estadounidense transferido como subsidio a Puerto Rico para amortizar y enmascarar esa creciente depauperación popular son bien elocuentes; constituyen el más fehaciente índice del fracaso del ELA como opción para el desarrollo real puertorriqueño. Los aportes que en 1952 eran muy inferiores a los 500 millones, ya desde 1980 han debido ser crecientemente superiores a los 3 000 millones de dólares cada año, con toda su deformadora secuela de parasitismo social, deterioro moral y debilitamiento de la conciencia nacional.

Con estos pesares en el corazón, que son al mismo tiempo afrenta para todos cuantos han luchado por la libertad del hombre en la historia de la humanidad, nos incorporamos alborozados, contrastantemente, Page 4 a la conmemoración de una efemérides evocadora del mayor respeto y admiración para un revolucionario cubano. Porque si honrar, honra, nada más honroso para un revolucionario cubano que rendir tributo de recordación a Pedro Albizu Campos en el año de su centenario.

Mas, no es solamente la satisfacción ante el merecido homenaje a una de las más singulares personalidades contemporáneas latinoamericanas, es que en esta figura insigne se sintetiza hoy y para la posteridad el acervo patriótico de un pueblo tan querido para nosotros como el puertorriqueño; tan enraizado, además, a la formación cívica latinoamericanista en que se forjó nuestro desarrollo político en los años juveniles.

De muy jóvenes conocimos de la denodada y desigual lucha de Albizu Campos por la liberación de su patria esclavizada. De muy jóvenes conocimos, igualmente, su enorme amor por Cuba. Tan pródiga fue su prédica que hoy el pensamiento de Pedro Albizu Campos es obligada fuente si pretendemos llegar a la esencia de las razones históricas, sociales y culturales en que se asienta el derecho del pueblo puertorriqueño a su identidad, soberanía e independencia y, por antítesis, a la clarificación desde todos esos puntos de vista de la violentación por parte de Estados Unidos de ese derecho y la imposición a Puerto Rico de una múltiple tiranía ya próxima a cumplir un siglo de iniquidades y de transgresiones a los más elementales derechos humanos.

En lo político, Pedro Albizu Campos desenmascaró uno a uno los sofismas y falsedades del anexionismo rampante o encubierto, del autonomismo ingenuo o traidor y las falacias de la "Asociación Libre". Sus irrebatibles argumentaciones recorrieron un amplio espectro por campos tan disímiles como la historia, la economía, la filosofía, la etnología, la psicología, la sociología y las ciencias políticas y jurídicas, en todos los casos con fuertes asideros científicos.

Sus ensayos comparativos sobre las características diversas del colonialismo inglés de la India, en las trece colonias norteamericanas y en el Canadá aún resultan imprescindible referencia para especialistas, al igual que sus estudios históricos sobre la formación de la federación estadounidense, su funcionamiento estructural y sus peculiaridades. Y todo ello en un afán desmitificador, en función de diseccionar el monstruoso status colonial impuesto a su patria mediante la violencia por el "imperio norteamericano".

Asombra hoy la agudeza de los juicios críticos de Albizu Campos acerca de la esencia del proceso por el cual Estados Unidos de América se incorpora brutalmente a la guerra cubano-hispana con el fin preconcebido de apoderarse de las últimas posesiones españolas en América y Asia, dentro de un ya madurado esquema estratégico de dominación continental y extracolonial. Su crítica integral del Tratado de París de 1898 y los planes aplicados entonces contra Filipinas, Puerto Rico y Cuba, así como develamiento de las razones reales y Page 5 expectativas del naciente imperialismo yanqui con la Enmienda Platt respecto a Cuba, muestran una notable profundidad perceptiva.

En esa infatigable batalla contra el imperialismo y sus aliados domésticos, activos u omisos acumuló Albizu Campos una enciclopédica obra analítica acerca de la autenticidad y autoctonía de la nacionalidad puertorriqueña, a un nivel que probablemente pocos países podían exhibir tan abarcadoramente en su época.

Con una capacidad poco usual en los dirigentes políticos latinoamericanos de la primera mitad de este siglo, Albizu Campos tuvo sagaz visión para penetrar las relaciones económicas subyacentes en la base de los problemas políticos y sociales que atenazaban a los países de nuestro hemisferio y, en especial, a los del área del Caribe.

Denunció el peligro del supuesto libre comercio, que en nuestro ámbito se transforma en factor subdesarrollante y deformante para las naciones sometidas al colonialismo y al neocolonialismo. Apreció, con asombrosa claridad para su momento, el inicio del proceso descapitalizador que mucho después conoceríamos como intercambio desigual, mediante el cual los países industrializados imponen productos manufacturados cada vez más caros a los países pobres que tienen que vender sus productos primarios cada vez más baratos.

Alertó cómo en el caso de Puerto Rico se había producido una agresión adicional de mayor criminalidad: la liquidación de la pequeña propiedad agrícola que antes de la intervención yanqui hacía producir el 91 % de las tierras borinqueñas, y que provocó entre otras consecuencias la ruina de sus producciones exportables como el café. Demostró pronto los resultados iniciales de la dominación económica a que fue sometido su pueblo, cuya balanza comercial internacional le era favorable en 1898 y en menos de cinco años comenzó a hacerse deficitaria, dando origen a su dependencia financiera respecto a Estados Unidos.

En sus investigaciones de las injustas relaciones que impuso Estados Unidos a su país, descubrió y fue de los primeros en denunciar cómo las riquezas agraria, industrial y comercial de Puerto Rico, en desarrollo a finales del Siglo XIX, quedaron de inmediato, a partir de la intervención, "A merced del poder económico más fuerte del mundo, que, además de su fuerza intrínseca financiera, ha retenido en sus manos todos los poderes políticos" para su exclusivo beneficio y no del pueblo al que había impuesto sujeción.

Pero fue más lejos. Vislumbró y diagnosticó el carácter económico de los conflictos bélicos entre las potencias capitalistas, y anticipó -en época temprana como 1927- que la Primera Guerra Mundial "dio a los norteamericanos la hegemonía económica del mundo, creando así el peligro más serio con que ha tropezado la humanidad hasta ahora".

Sus denuncias acerca del carácter farisaico de la política exterior de Estados Unidos en sus relaciones con Puerto Rico y los demás países de Nuestra América, transitan cotidianamente el quehacer de su febril apostolado independentista y antimperialista a lo largo de toda su vida.

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Para él, el independentismo no era una simple fórmula para el debate político. Desentrañó y así lo expresó meridianamente, la indisoluble imbricación entre independencia económica e independencia política "La nación -dijo- no puede existir sin la posesión de toda su riqueza material. La agricultura, la industria, el comercio, las comunicaciones, franquicias y toda forma de riqueza tiene que estar en manos nativas para poder asegurar la vida de la nacionalidad. Las compañías de seguro, las instituciones bancarias, y todo organismo dedicado a la movilización de la riqueza, forzoso es que pertenezcan a intereses nacionales".

"Si para adquirir independencia económica, dentro del coloniaje, hay que imponer la independencia política por las armas si fuere necesario, cuando la nación goza de su plena soberanía, para garantizar su existencia como Estado independiente, tiene que nacionalizar su riqueza y no permitir que elementos extranjeros se adueñen de ella".

"Por supuesto -especificaba- para la comprensión de este dogma de economía política se requiere la comprensión de lo que es la nacionalidad. No sólo es la unidad étnica, cultural y religiosa de la sociedad humana, sino también la comunidad de intereses materiales sobre un territorio determinado, en el cual sus propios hijos sean dueños y señores".

Fervoroso martiano,- como Martí, había vivido en el monstruo y le conocía las entrañas. Y desdeñando las promisorias perspectivas personales que cuatro títulos obtenidos simultáneamente en la Universidad de Harvard (Ingeniería Química, Letras y Filosofía, Ciencias Militares y Derecho) abrían ante él con sólo ponerse de rodillas, optó en cambio por el camino del sacrificio; dedicócomo Martí- todo su talento y acción, en medio de indecibles penurias materiales, a combatir a los opresores de su pueblo, a luchar por la libertad de su patria y a cuidar de la independencia de las demás naciones iberoamericanas.

Bastarían todas estas razones para quererlo y admirarlo profundamente y, a través de él quererle la patria libre a la que ofrendó su existencia. Pero hay más. Para nosotros, los cubanos revive en él la estirpe de muchos otros puertorriqueños que aparecen insertados en la historia de la Revolución cubana desde los treinta años de nuestra gesta independentista del siglo XIX cuando en toda conspiración libertaria cubana estuvieron siempre presente los puertorriqueños. En ese conocimiento, ahondando por la impronta de Albizu Campos, desde muy jóvenes aprendimos a querer aún más a Puerto Rico.

Desde muy jóvenes habíamos conocido también el tesonero esfuerzo y abnegación de Eugenio María de Hostos, de Ramón Emeterio Betances, de Sotero Figueroa, y de tantos otros que en distintas latitudes hicieron suya la cruzada libertadora de nuestro José Martí en los afanes organizadores del Partido Revolucionario Cubano para la guerra necesaria.

Junto a la imagen del norteamericano Henry Reeve, del polaco Carlos Roloff, del español José Miró Argenter, del colombiano José Rogelio Castillo, del peruano Leoncio Prado y, en majestuoso símbolo Page 7 de todos, junto al dominicano Máximo Gómez, de muy jóvenes aprendimos a admirar a aquella legión puertorriqueña integrada por cerca de un centenar de combatientes que recorrió con su heroísmo a pecho descubierto, el campo insurrecto mambí en los tres últimos años de nuestras guerras contra el colonialismo español. Cuarenta oficiales encabezados por el general Juan Rivera y los coroneles José Semidey Rodríguez, José M. Quero Bocugnamí y Guillermo Fernández Mascaró aportó entonces Puerto Rico a nuestra independencia, y a partir de ellos, de su sangre generosa, nació en nosotros el cariño y el agradecimiento al hermano pueblo puertorriqueño.

Crecimos con el sentimiento de esa hermandad latinoamericana y de ese internacionalismo revolucionario, que nos llevó a asumir desde muy temprano la convicción de un destino común por el cual luchar frente a un mismo enemigo común al que había que combatir, fenómeno ya avizorado muy claramente por los forjadores de nuestra nacionalidad.

Esta misma conciencia y este mismo conocimiento se fortaleció en nosotros cuando Abel Santamaría, Raúl Gómez García y otros entrañables compañeros nos incorporamos al joven Fidel Castro y, al adoptar su proyecto insurreccional revolucionario, encontramos en él esos mismos sentimientos hacia el pueblo puertorriqueño, maduros ya por una trayectoria práctica en su defensa desde sus años estudiantiles. De" tal manera, la independencia de Puerto Rico formaba parte consustancial de la ideología antimperialista e internacionalista de la Gene- ración del Centenario que marchó al Asalto del Cuartel "Moneada" el 26 de julio de 1953.

Quienes un día fuimos a combatir frente a los muros del Cuartel "Moneada" habíamos crecido con el conocimiento también de que Antonio Maceo había proclamado su decisión de "hacer la libertad de Puerto Rico" y que no entregaría "la espada dejando esclava esa porción de América".

Quienes un día vinimos a combatir en el yate "Granma" traíamos en el corazón las enseñanzas de José Martí, para quien Cuba y Puerto Rico eran "precisamente indispensables para la seguridad, independencia y carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el continente donde los vecinos de habla inglesa codician la clave de las Antillas para cerrar en ellas todo el Norte por el istmo y apretar luego con todo ese peso por el Sur".

Sentíamos con nuestro Apóstol que Cuba y Puerto Rico "no son meramente dos islas floridas, de elementos aún disociados, lo que vamos a sacar a la luz sino salvarlas y servirlas de manera que la composición hábil y viril de sus factores presentes, menos apartados que los de las sociedades rencorosas y hambrientas europeas, asegure, frente a la codicia posible de un vecino fuerte y desigual la independencia del archipiélago feliz que la naturaleza puso en el medio del mundo, y que la historia abre a la libertad en el instante en que los continentes se preparan, por la tierra abierta, a la entrevista y el abrazo".

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Frustrado en lo inmediato, el formidable proyecto martiano, nos correspondió padecer el indignante espectáculo de la carga colonialista yanqui clavada en las entrañas del pueblo hermano. Pero también, en tanto que herederos ideológicos de aquel proyecto, nos ha correspondido renovar y sostener su sagrado propósito de "fomentar y auxiliar la independencia de Puerto Rico".

Triunfante nuestra Revolución, la causa independentista puertorriqueña trascendería su simple carácter solidario para los cubanos y se erigiría en una firme política de gobierno. Desde 1959 hasta hoy, Cuba ha llevado constantemente el caso puertorriqueño a cuanto foro internacional, gubernamental o no gubernamental, ha considerado era susceptible a su inscripción, debate y defensa.

En 1964 ya Cuba lograba que el Movimiento de Países No Alineados, en su Segunda Conferencia Cumbre efectuada en el Cairo, incluyera en su documentación a Puerto Rico, e interpusiera sus oficios para el examen de su situación colonial en el Comité de Descolonización de la Organización de Naciones Unidas. Y, después de ocho años más de intensas gestiones y combates políticos, el 28 de agosto de 1972 se lograba al fin en el Comité de Descolonización de la ONU la aprobación de una resolución en la que se reconocía el derecho de Puerto Rico a su autodeterminación e independencia.

Desde entonces, año tras año, tanto en las reuniones y conferencias de los NOAL como en todas las instancias de la ONU, Cuba, sumando siempre a un grupo variable de países, ha podido sostener el tema puertorriqueño en permanente debate, mediante la renovación de su vivencia en cada período de la Asamblea General de Naciones Unidas.

Esta batalla, que se extiende por los mismos 33 años de nuestra Revolución, será mantenida todo el tiempo que sea necesario con igual fuerza a la del primer día. No importa las vicisitudes por las que tenga que atravesar el principio de la plena soberanía de Puerto Rico, mientras exista un solo puertorriqueño que luche por la independencia de su patria, Cuba estará a su lado enarbolando esa misma bandera.

Felicitamos a los compañeros de la Universidad de La Habana y del Centro de Estudios sobre América por la atinada iniciativa de organizar en nuestro país este encuentro científico que, para nosotros, al mismo tiempo, tiene un profundo contenido ideológico. Agradecemos la presencia de todos los especialistas que han aportado sus conocimientos para la mayor lucidez de este evento que ahora clausuramos, y en particular a quienes han venido del propio Puerto Rico. Juntos, han rendido el mejor homenaje que es posible brindar a un revolucionario íntegro como Pedro Albizu Campos: la defensa de sus ideas y su preservación para la posteridad, tributo al que nos sumamos con todo respeto y admiración.

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